La reciente muerte de Hassan Nasrallah, líder del grupo libanés Hezbolá, a manos de un ataque aéreo israelí, ha suscitado una vorágine de análisis y especulaciones. Algunos celebran esta acción como un éxito militar de Israel, mientras otros se preguntan si realmente esta eliminación impactará de manera significativa la operativa de una milicia que ha demostrado su resiliencia durante décadas. Entonces, ¿es este un momento decisivo en la guerra de Líbano, o una mera ilusión de triunfo? Para responder a esta difícil pregunta, es imprescindible entender el contexto histórico, político y social que rodea a Hezbolá y su relación con Israel.
Nasrallah: un líder enigmático
Desde su ascenso en 1992, tras la muerte de Abbas Musawi, Nasrallah se convirtió en el símbolo del movimiento que ha resistido contra la ocupación israelí y se ha establecido como una de las fuerzas más poderosas en Líbano. Su liderazgo ha estado marcado por un equilibrio delicado entre el nacionalismo libanés y la lealtad a Irán, el principal patrocinador de Hezbolá. Pero, a lo largo de los años, surge una pregunta persistente: ¿realmente fue Nasrallah el arquitecto del éxito de Hezbolá, o su figura se convirtió en un icono más dentro de una organización ya poderosa?
Aquí es donde la figura de Erich Kästner entra en juego. “Cortar cabezas no es muy inteligente”, argumentaba este poeta, señalando que a veces lo que parece ser la solución más directa resulta en un efecto contraproducente. Al igual que el alfiler que, tras perder su cabeza, sigue funcionando, Hezbolá puede muy bien seguir «pinchando» a Israel incluso sin su líder a la cabeza.
El contexto de la guerra
Hezbolá no es meramente una milicia, es también un movimiento social y político cuyas raíces se remontan a la guerra civil libanesa. Formado en un contexto de total descomposición social y política, Hezbolá emergió como una respuesta tanto a la ocupación israelí como a la falta de representación efectiva de la comunidad chií en Líbano. Para muchos libaneses, la organización se convirtió en un baluarte ante una amenaza externa, pero también ha manejado hábilmente el descontento interno, ganando apoyo popular a través de sus servicios sociais y su imagen de resistencia.
Es curioso pensar en los paralelismos con las situaciones que enfrentan muchos países en conflicto. Imagínate un grupo que, a pesar de estar constantemente bajo ataque, no solo sobrevive, sino que se fortalece. ¿Te suena familiar? Puede ser el caso de ciertas comunidades en zonas de conflicto donde la resiliencia se convierte en un signo de identidad.
Una victoria ficticia para Israel
Algunos analistas sostienen que la muerte de Nasrallah no representa una victoria tangible para Israel, y no solo por la naturaleza dispersa y descentralizada de Hezbolá. A lo largo de la historia de guerras y conflictos, la eliminación de un líder militar ha resultado ser solo un «efecto de luz» pasajero. Es decir, la idea de que un golpe feroz puede tener repercusiones duraderas frecuentemente se ha desvanecido en la realidad. Existen ejemplos históricos, como la muerte de Osama bin Laden, que, aunque simbólicamente importante, no detuvo la actividad de Al Qaeda.
Al respecto, me viene a la mente una pequeña anécdota. Recuerdo que, durante una clase de historia, un profesor nos habló de cómo en la época napoleónica, la eliminación de líderes a menudo resultaba en la creación de líderes todavía más radicales. Entonces, al igual que el intento de Israel por eliminar la cabeza de Hezbolá podría parecer un triunfo, el resultado final podría ser la aparición de una organización incluso más decidida.
La respuesta de Hezbolá: continuidad o ruptura
La gran pregunta en este momento es: ¿Cómo responderá Hezbolá? Con la muerte de Nasrallah, se puede esperar que la célula de liderazgo de la milicia busque un nuevo líder, pero eso no cambiará la esencia de lo que Hezbolá ha sido y representa. La estructura de la organización fue diseñada para sobrevivir a cambios drásticos. La lección clave aquí es que las organizaciones con profundas raíces tienden a adaptarse, no a desaparecer.
Si analizamos la capacidad de combate de Hezbolá, su resiliencia parece estar profundamente arraigada en un sentido de identidad nacional y en la retórica antiisraelí. Además, la milicia ha sido efectiva en entrelazar su lucha con la causa palestina, un movimiento que encuentra resonancia en gran parte de la población árabe.
El juego geopolítico
La situación en Líbano no puede ser analizada de forma aislada. Irán, el aliado estratégico de Hezbolá, tiene sus propios intereses geopolíticos y no estará dispuesto a dejar que las acciones israelíes pongan en jaque a uno de sus activos más valiosos en la región. La muerte de Nasrallah podría despertar un cambio en la dinámica de poder, e Irán probablemente optará por continuar apoyando a Hezbolá en su misión, asegurando que el grupo continúe desafiando a Israel.
Un punto interesante que destaca es que la lucha de Hezbolá, aunque presente, no siempre ha logrado avances significativos para la causa Palestina. Pero la pregunta persiste: ¿se han beneficiado las familias palestinas a través de los esfuerzos de la milicia? La respuesta parece ser más negativa que afirmativa, y eso plantea interrogantes sobre cuál es realmente el objetivo de Hezbolá en su lucha.
La proyección de poder de Netanyahu
Desde la perspectiva del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, la muerte de Nasrallah es otro paso en su periplo de acción militar. Netanyahu ha utilizado consistentemente el concepto de Hezbolá como una justificación para seguir adelante con su política de seguridad nacional, reforzando el apoyo militar y recursos para combatir lo que él presenta como una amenaza existencial.
El problema es que esa proyección constante de poder puede resultar en una escalada innecesaria de la violencia. Es como jugar en una partida de ajedrez donde solo se mueve con la intención de atacar, resultando en un estancamiento perpetuo. ¿Acaso no es hora de que ambos lados busquen un espacio para la negociación?
El dilema de la paz
Mientras la situación se complica y la violencia se intensifica, el dilema de la paz se convierte en un eco persistente. La historia nos ha mostrado una y otra vez que la paz no se puede imponer a través de la guerra. Existen, sin embargo, múltiples iniciativas de paz que han fallado debido a la prolongación de los conflictos. ¿Qué se necesita para que ambos lados se sienten a la mesa y comiencen a hablar en lugar de disparar?
El dilema de paz nos enfrenta a la realidad de que muchos líderes siguen preferiendo avanzar en sus agendas militares mientras ignoran las consecuencias de sus acciones. La ironía de todo esto es que, en sus intentos de “destruir” a su adversario, podrían estar alimentando un ciclo interminable de resistencia.
Conclusiones: un futuro incierto
La muerte de Hassan Nasrallah nos presenta un nuevo capítulo en la historia de Hezbolá y su relación con Israel. Sin embargo, la conclusión más importante es que para cualquier cambio significativo en la región, la paz debe ser prioritaria por encima del conflicto. La historia de Líbano y su tejido socio-político nos recuerda que, al final del día, la guerra sólo previene la paz, pero nunca la garantiza.
Así que, ¿será que Hezbolá seguirá pinchando por ambos lados, o finalmente llegaremos a un entendimiento que permita avanzar en la construcción de un futuro pacífico y estable? Solo el tiempo lo dirá, pero una cosa es segura: los conflictos en la región no se resolverán con más violencia, sino con diálogo y comprensión.
La historia está llena de oportunidades perdidas, y esta es otra más. En lugar de buscar culpas o responsables, quizás sea tiempo de buscar maneras de construir puentes en lugar de muros. Después de todo, al final del día, todos queremos lo mismo: un lugar en el que vivir en paz.