La reciente declaración del dirigente del cada vez más olvidado Partido Andalucista, tras un acuerdo que busca fomentar el uso del andaluz en distintas instituciones y ámbitos públicos, ha dejado a muchos preguntándose: ¿realmente vale la pena? ¿Estamos hablando del orgullo de ser andaluz o del intento de establecer una identidad a través de una variación regional de un idioma tan rico como el español? No hay duda de que la situación es, a menudo, un tanto absurda. Como un amigo mío solía decir: «En Andalucía, incluso el idioma se toma un día de fiesta».
Un acuerdo con sabor a retórica
La sonrisita del presidente durante el evento, que me recuerda a la mía cada vez que encuentro un dinero inesperado en un bolsillo viejo, no oculta la complejidad del asunto. Fomentar el uso del andaluz en colegios, institutos, universidades e incluso en medios de comunicación parece una tarea titánica. Pero, ¿realmente se conseguirán cambios significativos?
La creación de un grupo de trabajo coordinado por T. Batardín (sí, seguro que le parecería más intrigante que un documental sobre pengüinos) no necesariamente implica que las recomendaciones que surjan de ahí serán adoptadas. Y es que, aunque en apariencia todo suena hermoso, la implementación de tales medidas es un reto monumental. ¿Alguien puede recordar la última vez que se adoptó una iniciativa pública que realmente tuvo un impacto efectivo?
El español y el andaluz: ¿dos lenguas o una?
Soy andaluz, y como muchos de mis compatriotas, hablo español. No me imaginé nunca autoexcluirme de esta segunda comunidad idiomática más importante del mundo. La afirmación de que el andaluz es algo a lo que hay que rendir homenaje me resulta un enfoque, aunque bien intencionado, incorrecto. Al final, cada quien habla como le parece, lo que refleja un aspecto de su cultura, pero no debe ser visto como un vehículo para la división.
Intenta esto: imagina a un grupo de hablantes de diferentes variantes del español, desde el chileno hasta el mexicano, luchando cada uno por demostrar que su forma de hablar es la «más auténtica». ¿Suena familiar? Denme un micrófono y haría un especial de comedia sobre las variaciones del español. Lo cierto es que ni el hablar andaluz es mejor ni el chileno es inferior. Es simplemente una cuestión de variedad lingüística. Cada variante tiene su encanto y peculiaridades que ofrecen a aquellos que las escuchan una visión de la cultura y del entorno de quien habla.
La heterogeneidad lingüística
La única constante es que todo el mundo habla español, y, a veces, lo habla de diferentes maneras en función de la región. Esto me lleva a reflexionar sobre mi propia infancia, cuando alternaba entre el ceceo y el seseo. Se nos enseñaba a hablar correctamente, pero nadie se dio cuenta de que la mayoría de los andaluces simplemente se adaptan a su entorno lingüístico. La variación en la forma de hablar no es algo que se impone, sino que surge naturalmente.
Recuerdo una vez que me topé con un argentino en una reunión, y entre risas y anécdotas sobre el asado, nos dimos cuenta de que, a pesar de las diferencias lingüísticas, la conexión estaba ahí. Lo que propongo entonces es no mirar el andaluz como una versión desgastada del español, sino como una variante regional que refleja la historia y las experiencias de su gente. ¿Por qué complicar algo tan bello?
Esfuerzos que resultan en impases
El nuevo acuerdo para hacer que el andaluz sea «prescriptivamente» más importante parece estar condenado a un fracaso inevitable. Después de todo, ¿quién en su sano juicio seguiría instrucciones sobre cómo hablar en su propio hogar? ¡Tengo una idea! Imaginemos que se lanzan «manuales de tipo para hablar andaluz», donde se dan directrices sobre cómo cecear o seseear. No sería el primer proyecto absurdo que se financia con dinero público, ¿verdad?
Los hábitos lingüísticos están arraigados y no se alteran por norma alguna. Por ejemplo, muchos de nosotros, al hablar, optamos por ese tonito andaluz que parece invocar el espíritu de nuestros ancestros. Vosotros lo sabéis: desde una conversación en la barra del bar hasta un «¡anda ya!» en el momento preciso, el andaluz se siente en los átomos del aire. Y claro, en estos tiempos de globalización, debatir sobre la «puridad» de un idioma es como insistir en que un plato de paella debe llevar solo uno o dos ingredientes específicos. Al final, nos deleitamos en el espectáculo del mestizaje.
Identidad frente a estereotipos
La intención detrás de esta iniciativa parece estar motivada por una especie de deseo de dar a los hablantes andaluces una identidad. Sin embargo, lo que a menudo resulta es una generalización que perpetúa estereotipos. Quisiera saber, ¿hay algo más cansino que seguir escuchando que todos los andaluces son perezosos y hablan como en una comedia cómica? Si sigo así, puedo escribir todo un guion. La diversidad en Andalucía es comparable al infinito número de tapas que hay en una barra, y cada saboreador tiene su favorito.
Sostener que solo podemos ser andaluces si hablamos andaluz es también un esfuerzo superficial. La riqueza de un idioma va más allá de unas pocas palabras sueltas. Es la historia, las interacciones humanas, las tradiciones y, sí, incluso los debates intensos en la cocina durante la cena familiar sobre si añadir más aceite a la ensalada o no.
Una identidad compartida
Por tanto, lo que quiero comunicar aquí es que hablo español, y también hablo andaluz. Ambos son parte de mi identidad, como la comida que se prepara en casa y los recuerdos de la infancia. Pero esto no significa que me considere menos andaluz si decido usar palabras que son más comunes en otras partes del mundo hispanohablante. Este es el punto: ¿qué tan importante es la forma de hablar para determinar nuestra identidad?
Al final del día, vivir en un mundo donde el español se habla de múltiples maneras debería ser algo a celebrar. Así que, dejemos que el andaluz fluya como un buen vino andaluz: a su tiempo, con su carácter y, sobre todo, con su sabor único.
Como conclusión, la esencia del idioma andaluz, en combinación con el español, sirve para enriquecer nuestro acervo cultural, no para dividirlo. ¡Vamos, amigos! ¡A hablar español con todo nuestro corazón andaluz, sin etiquetas ni divisiones! Y mientras tanto, que la próxima ronda de tapas esté bien fría, que esa es la única declaración que necesitamos en este hermoso rincón de España.
Espero que este artículo no solo haya sido informativo, sino también una invitación a reflexionar. Nos enfrentamos a una deriva cultural, pero en lugar de ver el idioma como una fuente de conflicto, celebremos esa diversidad que nos hace únicos. Así que, ¿quién se apunta a una charla animada en la próxima reunión? ¡Yo pongo las aceitunas!