En algún momento de nuestras vidas, todos hemos sentido que no encajamos del todo en este vasto rompecabezas social que llamamos mundo. A veces, ese sentimiento nos persigue como una sombra, mientras que otras veces, se convierte en una chispa que nos impulsa a buscar nuestro verdadero ser. Hoy quiero compartirles una historia muy personal, que, aunque comienza con un niño raro que se siente fuera de lugar, se transforma en un viaje de autodescubrimiento y aceptación. ¿Listos para un viaje que no sólo habla de lo queer, sino que también examina la lucha interna que muchos de nosotros enfrentamos?
De ser el niño raro a encontrar mi voz
Recuerdo que de pequeño, cada vez que entraba al colegio, sentía la presión de un mundo que aparentemente no tenía espacio para mí. El niño raro era una etiqueta que me colgaban como si fuera una medalla de honor, aunque para mí era como una condena. ¿Cuántos de ustedes han sentido que el mundo les grita que deben ser algo que no son? Para mí, eso fue mi infancia.
Lo más divertido (si se le puede llamar divertido) era que, a pesar de que tenía intereses variados, mis compañeros de clase estaban más interesados en el fútbol y las peleas de superhéroes. Aquí estaba yo, preguntándome si los colores del arcoíris realmente tenían alguna clasificación jerárquica en la paleta del arte. Spoiler alert: no parece que ninguna paleta se use con frecuencia en un mundo donde los hombres «deben» ser rudos y las mujeres «deben» ser delicadas. Existen matices que los colores de la vida simplemente no pueden captar.
El peso de las expectativas sociales
Avancemos algunos años. La adolescencia… Ah, la maravillosa adolescencia, un período lleno de hormonas, inseguridades y, por supuesto, un montón de expectativas sociales. Si alguna vez has sido un adolescente, seguramente sabes de lo que hablo. En mi caso, lidiar con la presión de ser «masculino» según las normas de la sociedad era como intentar encajar un cuadrado en un círculo (spoiler: no funciona).
Intenté adaptarme, pero en el fondo sentía que había algo profundo en mi interior que gritaba por salir. Las expectativas de ser algo “normal” se sentían como un corsé que, cada día, se apretaba un poco más. Poco a poco, fui cubriendo al niño torcido que aún habitaba en mí. ¡Qué ironía! Me vestía de novio frente al altar, como si toda esa fachada pudiera hacerme sentir más auténtico. Pero en lugar de sentirme liberado, me sentía más atrapado.
Encuentro con lo queer: la llave de mi emancipación
Fue durante una conversación profunda (sí, de esas que suelen tener lugar con un par de copas de vino) con unas amigas —feministas brillantes, por cierto— que escuché por primera vez la palabra «queer». En ese momento, sonó como una especie de código secreto, una palabra mágica que prometía abrir las puertas a caminos nuevos y divergentes.
Imagínate la revelación: lo queer no era solo una etiqueta, era un concepto liberador que cuestionaba el dualismo de género que nos condenaba. Me di cuenta de que mi angustia estaba relacionada con un orden restringido que me forzaba a encajar en un molde que no era mío. ¡Era hora de romper esas cadenas!
Un viaje de autodescubrimiento
Así que comencé a explorar mi identidad. Me convertí en un fluctuante, un eterno aprendiz de la vida, en un proceso de cambio constante. Mi maternidad metafórica se apoderó de mí; estaba en un proceso de aprender a tejer mi propia historia, una que no estaba dictada por jefes ni por el sistema.
Porque, seamos sinceros, todos llevamos adentro a nuestros niños internos atormentados. Ese viejo niño raro estaba ahí, tal vez con un poco de miedo, pero también con un inmenso deseo de ser reconocido. Así es como lo queer se convirtió en un refugio; lo extraño y único se volvió una identidad de libertad.
La academia y la lucha por ser dignos
Como Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional y defensor del concepto queer, yo también sentí la necesidad de rebelarme contra un mundo que intenta contener nuestra diversidad. En mi caso, esta lucha también se extendió a la Academia, donde los debates sobre género y derechos humanos son cada vez más relevantes.
La inercia del pensamiento esencialista en el que operan algunas corrientes académicas es desalentadora. Sin embargo, encontrar el valor para cuestionar ese marco ecléctico es como tener un superpoder. Hacerlo no es solo un acto individual, sino un esfuerzo colectivo. Piensa, ¿por qué deberíamos conformarnos con vivir en un concepto monolítico de identidad? ¡Eso sería como restringir una sinfonía a solo un tono!
Construyendo un futuro inclusivo
Lo queer no se limita solamente a una lucha por las identidades; también trata sobre cómo construir un mundo en el que todos seamos equivalentes, donde la justicia erótica y la reciprocidad en el amor y el sexo sean la norma. En un espacio donde el goce se convierta en el objetivo, uno de esos que no depende de normas rígidas de lo que uno debe ser.
¿No es acaso emocionante imaginar un futuro en el que todos los cuerpos sean celebrados, en lugar de ser denuncias de un canon estético inalcanzable? Tal vez este pensamiento revolucionario no encaje exactamente con la perspectiva conservadora, pero ¿acaso deberían ser siempre las cosas así?
La búsqueda de la autenticidad
Hoy, al mirar hacia atrás, puedo decir que he encontrado un lugar donde sentirme cómodo. El niño raro y el adolescente huidizo han aceptado el abrazo del adulto que ahora se siente auténtico. Este viaje me ha hecho entender que nunca estaré completamente resuelto, y que está bien. Ser un eterno aprendiz es más que una frase cómoda; es una forma de abrazar la imperfección.
Al final del día, lo que todos queremos es poder ser quienes realmente somos, sin miedo a ser etiquetados o juzgados. Quiero salir y bailar bajo la lluvia de la diversidad, recordando que cada gota es única y que, juntos, somos una tormenta hermosa.
La historia personal que compartí es solo una de muchas —un relato entrelazado con otros relatos colectivos que buscan cambiar la narrativa de lo que significa ser humano. Cada uno de nosotros tiene el poder de, poco a poco, romper los barrotes de nuestras jaulas internas. Así que, aunque haya momentos de melancolía, nunca debemos perder la esperanza donde el amor, la dignidad y la identidad se entrelazan.
Por último, quiero dejarte con una pregunta: ¿qué pasaría si nuestra sociedad comenzara a ver la diversidad no como un obstáculo, sino como un precioso mosaico de vidas y experiencias? ¿No sería el mundo un lugar mucho más hermoso?
Así que, abramos espacio para lo queer, no solo en la Academia, sino en todos los rincones de nuestras vidas. Al unir fuerzas, construiremos un futuro donde cada persona sea vista, valorada y, más importante aún, amada.