En un país donde el sol brilla casi todo el año y las tapas son más que comida, el derecho a la vivienda se ha convertido en un tema candente. Es irónico, ¿no? Hablamos de un lugar donde la gente hace fila para probar un pintxo, pero muchos no pueden encontrar un lugar donde vivir. El pasado sábado, miles de personas, la mayoría jóvenes, tomaron las calles de Bilbao en una manifestación convocada por la Red de Sindicatos de Vivienda de Euskal Herria, demandando su derecho a la vivienda.
Este evento, que se realizó bajo el lema ‘Etxebizitza eskubidea bermatu, negozioari ez’ (Garanticemos el derecho a la vivienda, no al negocio), es solo una muestra de la frustración acumulada por una población que ve cómo las políticas de vivienda no solo son insuficientes, sino que parecen trabajar en contra de sus intereses. ¿De verdad estamos ante una cuestión de falta de oferta inmobiliaria o simplemente ante una falta de compromiso por parte de quienes toman decisiones?
El fenómeno de la manifestación en Bilbao
La marcha del pasado sábado no fue una simple protesta; fue una manifestación de desesperación. ¿Quién no se ha sentido un poco desesperado al escuchar sobre otra subida de alquiler? La mayoría de los asistentes eran jóvenes, una generación que, enfrentada a su futuro, se pregunta: «¿Dónde voy a vivir?» Las consignas coreadas en la gran vía eran un grito a la injusticia: «rentistas y empresarios se llevan mi salario» y «no hay derecho a no tener un techo».
Aunque me gustaría compartir la última anécdota divertida de alguna reunión entre amigos, la realidad es que este no es un tema para tomarse a la ligera. A medida que avanzaba la marcha, se hacían paradas estratégicas para protestar contra leyes que se sienten como un mero trámite administrativo. Por ejemplo, frente a la delegación de Hacienda, los manifestantes expresaron su descontento con la Ley de Vivienda, a la que calificaron como «una farsa electoral». Más de alguna vez, he tenido que lidiar con promesas vacías, pero esto es un nivel diferente.
Críticas a la Ley de Vivienda
Las portavoces de la manifestación, Ane Salvador y Karla Paisano, no se guardaron nada. Su crítica a la Ley de Vivienda estatal, aprobada durante la anterior legislatura por el Gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos, fue directa. La llamaron «una farsa» y señalaron que, a pesar de las promesas de prohibir desahucios, estos siguen ocurriendo a diario. ¡Como si prohibir un evento asombroso como unas vacaciones no pudiera acabar con la avalancha de gente que se presenta sin invitación!
Se sienten engañados y, honestamente, no es para menos. Con un decreto ley que busca prolongar la suspensión de desahucios, ¿por qué seguimos viendo lanzamientos? Es una paradoja en la que se mezcla la política y la vida real; claman y solo hay un eco. Esto genera no solo una frustración palpable, sino también una desmovilización social que podría ser devastadora a largo plazo.
Un modelo de vivienda que debe cambiar
En una conversación que se vuelve cada vez más apremiante, Salvador y Paisano propusieron un modelo de vivienda que sea gratuito o que, al menos, esté a la altura de la sanidad o la educación. ¿Imaginan tiempos en los que pagar por un techo no estuviera directamente relacionado con sueldos que a menudo son de risa? La perspectiva de tener un espacio digno para vivir se reduce a una cuestión de dinero, y no debería ser así. La vivienda es un bien básico, y como tal, quienes viven en ella merecen garantías.
Y aquí entra otra cuestión controvertida: las viviendas de uso turístico. Atraen a turistas, pero también a especuladores que ven en estas propiedades una mina de oro. Las portavoces hicieron un llamado para cambiar el enfoque y asuntos como la «turistificación» y el «genocidio» de los espacios urbanizados en aras del beneficio económico deben ser considerados serios. Aparentemente, las viviendas vacías deben pasar de ser una estadística aburrida a una parte activa de la conversación sobre soluciones habitacionales.
El contexto vasco de la crisis de vivienda
Por si no lo sabías, en Hego Euskal Herria hay más de 70,000 viviendas vacías y, de ellas, 9,000 están destinadas al uso turístico. Es difícil de creer. Te imaginas mirando tu edificio y dándote cuenta de que tu casa es parte de un socavón de negocio que no contribuye en nada a la comunidad. “Dejemos de hablar de la falta de oferta”, dijeron las portavoces, “y enfoquémonos en el uso que se está dando a los recursos que ya tenemos”. Una declaración que realmente podría sonar sencilla, pero que se enfrenta a un complejo entramado de intereses.
La burbuja inmobiliaria: ¿olvidamos el pasado?
La historia nos dice que no debemos olvidar errores pasados. Sin embargo, el auge de la fiebre del ladrillo parece repetirse. Las manifestantes temen que la respuesta a la crisis de viviendas sea simplemente financiar el rentismo y poner en marcha otro ciclo de construcción. ¡Si a mí me preguntan, el lugar donde viven mil doscientos gatos no debería ser el modelo a seguir!
Incluso en momentos de crisis, ha habido una capacidad sorprendente para aprender (o ignorar) del pasado. ¿Realmente se ha olvidado lo que pasó en 2008? La crisis financiera dejó marcas profundas, y muchos hogares sufrieron en términos de desahucios y quiebras. Por tanto, es coherente que la gente esté indignada al ver que se repiten patrones que ya causaron tanto dolor en el pasado.
Un movimiento fuerte es necesario
La conclusión a la que llegan estas voces es clara: necesitamos un movimiento amplio que sea capaz de catalizar cambios estructurales. Y eso comienza con las historias de personas reales. Mi amigo Miguel, un joven profesional, lleva meses buscando un apartamento en Bilbao y cada vez se siente más frustrado. Como tantos, se pregunta si realmente vamos a permitir que una economía basada en el alquiler y el consumismo continúe marcando el rumbo.
Y no solo son los jóvenes quienes enfrentan esta crisis; padres de familia, ancianos y parejas, todos con sus propias historias y luchas. Al final, es una cuestión de empatía y escucha activa. Un tejido social fuerte se sostiene en la frustración de que las estructuras actuales no están funcionando.
¿Es el momento de actuar?
Como habitantes de este planeta, tenemos una responsabilidad que trasciende nuestros deseos individuales. La situación actual nos obliga a preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad. Cuando un grupo de personas se toma el tiempo para protestar, vale la pena escuchar.
A veces, puede parecer que estamos hablando en un vacío. Pero cada paso en la calle, cada grito de «no hay derecho a no tener un techo» es un paso hacia una conversación necesaria. La esperanza no debe morir y las soluciones deben surgir de un compromiso colectivo.
Cierre: el futuro de la vivienda en España
El derecho a la vivienda es un asunto que no se puede negociar. Merece un tratamiento serio y soluciones reales. La pregunta que nos hacemos es: ¿estamos dispuestos a seguir ignorando la realidad que tienen en las calles de Bilbao y otras ciudades? La respuesta posiblemente resida en nuestra capacidad para unirnos y demandar un cambio sostenible.
Entonces, la próxima vez que te encuentres con un amigo hablando sobre cómo la crisis de vivienda le ha afectado, quizás puedas compartir estos reflexiones. Después de todo, la conversación sobre la vivienda no es solo un tema de políticas o leyes; es sobre la vida de las personas. ¿No creen que es un tema que merece nuestro tiempo y esfuerzo?
Al final del día, solo tenemos un hogar, y la lucha por la vivienda accesible y el derecho a un techo digno debería ser una prioridad para todos. La historia se sigue escribiendo, y a menudo, depende de nosotros si es una historia de esperanza o de resignación. ¡Hagamos que sea la primera!