Pasaron ya varias semanas desde la devastadora DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que dejó una huella imborrable en los corazones y en las infraestructuras de la comunidad valenciana. La historia que ha tenido lugar en Valencia es un recordatorio escalofriante de cómo, en un abrir y cerrar de ojos, todo lo que consideramos cotidiano puede esfumarse. Uno de los capítulos más preocupantes de esta crisis ha sido la situación de nuestros niños y adolescentes, aquellos que deberían estar ocupando los pupitres de sus aulas, pero que, en vez de eso, se han encontrado sumidos en un mar de incertidumbre.
En este artículo, vamos a desmenuzar la demanda urgente de las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) y escuchar las voces de aquellos que han sido los verdaderos protagonistas de esta historia: los padres y alumnos que claman por una normalidad que a veces parece inalcanzable. Porque, seamos realistas, ¿qué puede ser más complicado que educar en medio del caos?
Un llamado a la acción: el clamor de los padres
Un mes después de la DANA, muchos niños todavía no han regresado a las aulas, lo que ha llevado a un nutrido grupo de padres, madres y alumnos a concentrarse frente a la sede de la Conselleria de Educación. «¡Hemos abandonado a nuestros niños en el barro!», gritaban, como si de una escena de una película épica se tratara. El presidente de la FAMPA Valencia, Rubén Pacheco, no se quedó atrás y criticó duramente la situación: «La Conselleria de Educación se está dando prisa en declarar que todo vuelve a la normalidad, cuando eso es una falacia».
Es increíble cómo, a veces, quienes tienen la responsabilidad de cuidar y educar a nuestros hijos parecen estar más ocupados en gestionar la imagen que en atender las necesidades reales. Pero aquí nos preguntamos: ¿a quién se le ocurrió que los niños podían retomar la educación en condiciones que ni siquiera el más optimista de nosotros se atrevería a calificar como aceptables?
La realidad de las aulas afectadas
Las declaraciones de Pacheco no solo son un grito de desesperación; son un reflejo palpable de los desafíos a los que se enfrentan muchas escuelas en Valencia. La cantidad de alumnado desplazado que ha sido asignado a escuelas que aún no están listas para recibirlos es alarmante. Imaginen por un momento ser un estudiante nuevo en un colegio, enfrentándote a la incertidumbre de no saber si contarás con un maestro o los recursos que necesitas para aprender. Es un poco como intentar hacer surf en una tormenta, ¿no creen?
Además, hay que considerar que algunos de estos centros solo tienen medio docente asignado, lo que en el argot educativo se conoce como un verdadero desastre. ¿Cómo se supone que un solo maestro puede atender las necesidades de una clase bulliciosa llena de estudiantes ansiosos por aprender (o al menos por jugar un rato)?
La falta de recursos: un golpe bajo
Bien, digamos que eres uno de esos alumnos afortunados que finalmente pudo regresar al colegio. Pero, ¡sorpresa! Te das cuenta de que no tienes material escolar. En palabras de Pacheco, «los alumnos están llegando sin material al nuevo centro», y si no puedes ni escribir en una hoja, ¿realmente estás listo para aprender? Esto nos lleva a plantearnos una vez más, ¿qué tipo de educación se supone que estamos brindando? ¿Es un “¡A ver qué puedes sacar de esta hoja vacía!”?
La situación es igualmente crítica para aquellos que asisten a clases telemáticas. En un mundo donde incluso los tablets son más comunes que las bicicletas, los alumnos no tienen los dispositivos necesarios para acceder a las clases. Un verdadero sinsentido, ¿no? La tecnología se presenta como la salvación, pero en realidad se convierte en un obstáculo.
La responsabilidad de la administración
La Conselleria de Educación parece estar lidiando con una realidad bastante más compleja de lo que se reconocía. Se ha mencionado que no tienen claridad sobre la cantidad de centros cerrados, y es comprensible. Pero, ¿acaso no deberían tener la responsabilidad de gestionar la situación de una forma más prudente? La presidenta de la FAMPA Horta Sud, Mª Dolores Trujillo, no se ha guardado nada: «Nuestros niños necesitan volver a sus escuelas, necesitan que se certifique la seguridad de sus centros».
Es imposible no sentir empatía hacia los padres y alumnos que atraviesan esta incertidumbre. ¿Cómo se siente un padre que, después de perder todo lo que conoce, debe además luchar para que su hijo pueda volver a aprender en un ambiente seguro?
La falta de informes estructurales por parte de la Conselleria es un punto que se convierte en otro fleco en esta compleja situación. La responsabilidad parece estar repartida entre muchas manos, pero al final del día, los que sufren son siempre los mismos: los niños y sus familias.
Un rayo de esperanza: el poder de la comunidad
En silencio, pequeños grupos de padres se están uniendo para crear un frente común que lucha por el bienestar educativo de sus hijos. Esta no es solo una lucha por el acceso a la educación; es un recordatorio de que la comunidad educativa puede hacer mucho más de lo que a menudo asumimos. Aquellos entre nosotros que hemos experimentado momentos de crisis, sabemos que la comunidad puede ser un pilar fundamental.
Durante una reunión reciente, una madre compartió su historia: «Mi hija ha estado muy triste en casa. No solo ha perdido el contacto con sus amigos, sino también su rutina. Esta situación la está afectando de maneras que nunca imaginé». Su historia resonó entre muchos, recordándonos que lo que está en juego no son solo aulas vacías, sino el futuro de nuestros niños.
Mientras los miembros de la comunidad se unen, muchas deben hacerse las siguientes preguntas: ¿Qué tipo de educación queremos para nuestros hijos? ¿Es suficiente abrir las puertas de las escuelas si las condiciones no son las adecuadas? Es innegable que las respuestas a estas preguntas no solo afectarán las aulas, sino también el futuro de toda una generación.
Conclusión: hacia una normalidad sostenible
La solicitud de los padres y alumnos es clara: quieren que su voz sea escuchada. Este episodio de la DANA ha hecho estallar la burbuja de la supuesta «normalidad». Las escuelas no pueden abrir si no están listas. La comunidad educativa debe exigir estándares que aseguren que cada alumno reciba una educación digna y respetuosa.
Quizás, tras este vacío, haya una oportunidad: la posibilidad de rediseñar nuestra manera de pensar respecto a la educación y qué significa realmente el bienestar de nuestros estudiantes. La situación está lejos de ser perfecta, pero si hay algo que la comunidad valenciana ha mostrado es la resiliencia. ¿No tenemos todos una responsabilidad en esto?
Así que, la próxima vez que miren a su alrededor, contemplen lo siguiente: no estamos solo lidiando con un problema logístico; estamos enfrentando el futuro de nuestros niños. Y, al final del día, ¿cuál es el legado que queremos dejarles?