La semana pasada, la política española nos regaló otro episodio digno de un guion de telenovela. Como si las complicadas tramas de los dramas televisivos no fueran suficiente, el Gobierno español, a través de la Secretaría de Estado de Comunicación, cometió un error que podría ser titulado como «El día que la verdad se filtró». Y no, no nos referimos a las filtraciones que aluden a secretos de Estado, sino a un presunto lapsus que reveló las estrategias de respuesta a las preguntas incómodas que enfrenta el Gobierno. Si esto no es un momento de «¡Cielo santo!» en el panorama político, no sé qué lo es.

¿Qué fue exactamente lo que ocurrió?

Imagina por un momento que estás en el equipo de prensa del Gobierno, esperando que llegue el gran día de la rueda de prensa posterior a un Consejo de Ministros. En lugar de un acontecimiento emocionante lleno de anuncios y promesas, recibes un archivo de Excel que, en lugar de ser un caso de estudio sobre Excel para novatos, revela toda la estrategia de comunicación diseñada para manejar las preguntas más espinosas de los periodistas. Este episodio, que bien podría haber sido un «hot mess» de esos que vemos en las salas de prensa, nos dejó a todos un poco atónitos.

Entre la información que se filtró involuntariamente se hallan argumentos para descalificar preguntas delicadas, especialmente aquellas que involucran a Begoña Gómez y su presunto tumulto judicial. Escuché en una conversación de café que la reacción del Gobierno fue básicamente hacer lo que todos hacíamos de niños cuando algo salía mal: «No fui yo, fue un error». Este tipo de error nos lleva a cuestionar si realmente fue un descuido o un intento de canalizar la narrativa pública de forma más controlada.

El toque cómico: ¿Quién necesita Netflix?

Dime, ¿quién necesita una plataforma de streaming cuando el Gobierno te ofrece dramas, comedias y giros inesperados en la trama de forma casi semanal? Una de las primeras cosas que le vine a la mente fue que si esta filtración ocurriese en un plató de cine, probablemente veríamos a un personaje vestido de gorra y gafas oscuras diciendo: «No te preocupes, todo está bajo control». Pero claro, el control no parece ser el fuerte en este gobierno.

Los “errores” que se recogen en el argumentario filtrado son tan curiosos como los mini-dramas que observamos en las redes sociales. ¿Quién no ha visto un meme de ese compañero de oficina desesperado que trata de ocultar un error? Las analogías son interminables.

¿Qué hay detrás de las imputaciones familiares?

Y, por supuesto, no podemos pasar por alto la parte del argumentario que aborda las imputaciones que involucran a los familiares del presidente. ¿Acaso hay algo más extraño que ver a un gobierno destapando, casi de manera alevosa, sus propias estrategias de desvío de atención? El texto señala puntualmente los argumentos para justificar aquellas preguntas incómodas que rondan como fantasmas: “las querellas que han dado inicio a los procesos son muy similares”. Sutil, ¿verdad? Y evidentemente pasamos de la reprimenda social a la máxima “aquí no pasa nada” en un abrir y cerrar de ojos.

Me soy preguntando, ¿es esta la forma en la que planean responder a la crisis? Sin duda, esta maniobra induce a pensar que la estrategia en lugar de enfocarse en la transparencia, busca desviar la atención. ¿Estamos hablando de un miedo genuino por parte del Gobierno o simplemente distintas capas de uno de esos increíbles pasteles de chocolate que todos amamos, pero que a veces sólo pueden ser devorados en una fiesta?

La rueda de prensa: torneo de preguntas y respuestas

Imagina el día de la rueda de prensa, donde cada periodista agarra su micrófono como quien sostiene una espada en una batalla medieval (metafóricamente hablando, por supuesto). El uso de argumentos preparados para responder a preguntas difíciles también se sentía como un «campeonato de lucha libre», con cada lado intentando derribar al otro a la espera de que la verdad saliera a la luz. En este pesaje de protagonismo, a los periodistas les queda una pregunta crucial: ¿deben seguir cuestionando hasta sacar la verdad, o simplemente seguir el juego y dejar que la narrativa gubernamental pase como un río a plena marcha?

Pronto se empieza a ver un patrón. Desde la negación sobre si hay intenciones de desmontar Muface, la mutualidad de los funcionarios, hasta los intentos de desacreditar las denuncias por ayudas a la DANA, todo parecía parte de una estrategia cuidadosamente construida. Pero, ¿es esto realmente lo que necesita la ciudadanía? Muchos creen que la transparencia es la mejor política y, honestamente, esto parece más una obra de teatro con guion recomendado que una rueda de prensa sencilla.

Asuntos colaterales y estrategias de defensa

Todo este vaivén también se centra en Isabel Díaz Ayuso y el asunto de su pareja, quien se encuentra bajo el radar por revelación de secretos. La frase célebre que se repite es que el tema surge porque Ayuso “miente sobre su pareja”. Cosa que, sinceramente, me hizo pensar que a algunos políticos les gustaría vivir en un mundo donde fueran los guionistas maestros de su propia historia.

Esto afecta no solo a la imagen del Gobierno, sino que también pone a la opinión pública en una encrucijada. ¿Estamos aquí para que nuestros líderes eludan preguntas incomodas, o deberíamos pedir algo más sustancial? ¿Es demasiado pedir que se sientan con ganas de traer un cambio verdadero a la escena política?

Conclusión: ¿Qué significa todo esto para los ciudadanos?

La cuestión es clara: cuando el gobierno atraviesa momentos tan tumultuosos, somos nosotros, como ciudadanos, quienes debemos estar atentos. La transparencia no es solo un hábito deseable, es una necesidad en la estructura de cualquier democracia. No olvidemos que esta no es solo una serie de televisión con guiones cambiantes y respuestas ensayadas; es la realidad que vivimos todos los días.

Por supuesto, una buena dosis de humor y cierta ligereza sobre la situación nunca está de más. Después de todo, ¿quién no disfruta de un buen chisme político de vez en cuando? Pero al final del día, necesitamos más que solo teatro; necesitamos claridad, autenticidad y, sobre todo, confianza. Así que, siendo honesto, mi pregunta es: ¿vamos a permitir que continúen estos «errores» o resulta que la comedia tiene que acabar?

Así que la próxima vez que veas a un político en la televisión defendiendo su narrativa, pregúntate: «¿Es esto un incidente genuino o más bien un espectáculo en el escenario político? Y, como siempre, recordemos que detrás de cada historia, por más absurda que parezca, hay una necesidad de que todos nosotros, los ciudadanos, exijamos lo que es nuestro. Al final, deberíamos aspirar a más que un mal capítulo en una serie de comedia política.