En la actualidad, estamos viviendo tiempos revueltos. Si miramos a la política de hace siglos, podríamos pensar que las luchas por el sufragio universal y la igualdad de derechos fueron batallas ganadas. Sin embargo, al observar eventos políticos recientes y cómo se desarrollean los fenómenos sociales, no podemos evitar preguntarnos: ¿realmente hemos avanzado tanto como creemos? ¿O estamos destinados a repetir los errores de nuestros antepasados?

Un vistazo al pasado: la revolución de 1848 y el sufragio universal

Todo comenzó en 1848. Tras las revoluciones que sacudieron Europa, la esperanza brillaba como un faro para muchos. Era la era de los ideales democráticos, y países como Francia estaban dando pasos hacia el sufragio universal. Finalmente, después de mil años de dominio feudal, el pueblo podría tener voz en las decisiones políticas. Pero, ¿qué pasó después? Resultó que aquel optimismo era prematuro.

El anhelo de progreso social chocó con una dura realidad. Durante las elecciones de diciembre de 1848, el candidato reaccionario, Luis Bonaparte, recibió más del 75% de los votos. ¡Se los debía a las clases populares! Esto dejó un amargo sabor a los socialistas, quienes veían desvanecerse sus esperanzas y sueños de un cambio real. Así lo expresaba, con gran dramatismo, Karl Marx al afirmar que el sufragio universal había transmitido la idea de que “todo lo existente merece perecer”. Esa primavera, el pueblo había hablado… y lo hizo “como un borracho”, según el filósofo y anarquista Proudhon.

A menudo, cuando hablo de este período con amigos, la conversación gira a lo ridículo de una democracia que sirve de legitimación para un dictador. “¿Acaso Trump no está actuando como un moderno Bonaparte?”, me preguntan. Y la verdad, no puedo evitar sonreír mientras recuerdo lo que decía mi abuelita sobre los borrachos: “Nunca confíes en un hombre que te promete el oro y el moro tras una noche de juerga”.

¿El pueblo realmente se equivoca?

Lo que ocurrió en el siglo XIX podría parecer un eco de lo que enfrentamos hoy. En el caso de Donald Trump y sus millones de votantes, una vez más nos encontramos ante la complejidad del “demos”. Al igual que hace más de un siglo, personas sin educación formal, y con una profunda frustración, se ven atraídas por promesas simplistas y soluciones rápidas. La pregunta es, ¿están realmente equivocados? ¿O el sistema que los ha llevado a esta situación necesita una revisión profunda?

Recientemente, Trump cosechó más de 75 millones de votos, 10 millones más que la primera vez que se postuló. Esa cifra pone a pensar. ¿Qué es lo que realmente quiere el pueblo? Para entender la respuesta, debemos indagar más allá de las apariencias y hacer un análisis crítico. Recuerden que, como dice un viejo dicho: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.

La batalla cultural: entre el ideal y la realidad

A modo de reflexión, en los años siguientes a 1848, la confianza en que las mayorías finalmente favorecerían al socialismo fue creciendo, especialmente entre los teóricos socialistas. Es una esperanza que perdura en el tiempo, ¿no? Pero el tiempo ha demostrado lo complicado que es el terreno. La creciente industrialización y la aparición de nuevos obreros no fue suficiente para hacer que las clases populares se alinearan con el socialismo.

Ahora, volviendo a nuestra era “progresista”, muchos argumentan que las políticas woke tienen un papel importante en la sociedad actual. Desde el respeto a los derechos humanos hasta cuestiones de género, estos términos han sido utilizados y malinterpretados. Cuando escucho comentarios sobre cómo Trump se ha beneficiado de ello, me viene a la mente esa situación en una cena familiar donde uno de mis tíos, después de un par de copas, te hace un análisis político que parece más una broma que una reflexión seria. ¡Cómo reímos!

En serio, ¿la solución a esto es que la izquierda se asemeje más al pueblo? ¿Perder la brújula moral en un intento por ser «popular»? Como dijo una vez un conocido comediante: “Si el pueblo quiere ver a un payaso, pues no me queda más que ponerme la nariz roja y hacer algunos trucos”. Pero no, no todo se trata de caer en el populismo.

Una mirada más profunda: el efecto Trump y su relación con la frustración social

Al margen de nuestras conversaciones sobre el “pueblo”, nunca debemos perder de vista que figuras como Trump son el resultado de fenómenos sociales más profundos. Su éxito radica en su habilidad para canalizar la frustración y enfocar la rabia social de un pueblo que siente que su estatus ha disminuido. Durante todo el siglo XX, Estados Unidos se consolidó como la potencia hegemónica, pero el cambio de los tiempos ha llevado a una realidad en la que los estadounidenses se sienten como los “perdedores” en su propio juego.

En un contexto global donde cada crisis (climática, económica, social) parece superponerse, la respuesta de algunos ha sido el regreso a las viejas recetas. En este sentido, la narrativa del “gran país” arrasado por inmigrantes y la falta de oportunidades se convierte en una melodía que suena atractiva. ¿Quién necesita democracia cuando tenemos gasolina barata? Como dice un buen amigo, un par de “caminos de tierra” pueden parecer más prácticos que una autopista llena de peajes.

Conclusiones y tratamientos a futuro

Sin embargo, el peligro de esta situación no es solo político, sino social. Cuando impulsamos narrativas que fomentan el racismo, el clasismo, y la creencia en conspiraciones descabelladas, nos alejamos de la responsabilidad colectiva de enseñar y empoderar a las personas en un camino constructivo.

Nos recuerda, tristemente, a lo que ocurrió cuando Julio César fue homenajeado por algunos, pero al final, su legado fue mucho más profundo y complicado de lo que imaginamos. Pese a su asesinato, las reformas que instauró siguieron adelante. Como bien señala el historiador Luciano Canfora, el asesinato de César no fue suficiente para frenar las políticas que él había iniciado. De manera similar, la lucha por la democracia trasciende a las personas; se enfrenta ante cambios sociales y culturales que reflejan los desafíos del pasado.

A medida que nos acercamos a la próxima etapa de la historia, es crucial que aprendamos de nuestras luchas. Mientras discutimos sobre el papel del pueblo, no olvidemos que el verdadero reto radica en educar y reformar. Así como no se puede hacer castillo de naipes en un día, tampoco deberíamos esperar que los cambios se produzcan sin un arduo trabajo colectivo y honesto.

En definitiva, el sufragio universal, la complejidad del apoyo a Trump y la frase “solo el pueblo salva al pueblo” requieren una reflexión que abarque la empatía, la educación y un análisis crítico. La historia nos ofrece las lecciones, ¿estamos dispuestos a aprender de ella o seguiremos repitiendo los mismos errores? ¿Qué piensas tú? ¿En qué punto te sitúas en esta conversación?