Organizar un festival de música en la actualidad es, sin lugar a dudas, una tarea monumental, digna de cualquier drama griego. Desde el desequilibrio en la oferta y demanda de artistas hasta el laberinto burocrático de permisos y licencias, cada paso es un arte en sí mismo, lleno de giros inesperados y, por qué no, un poco de humor.

En un mundo donde se han cancelado más de 100 festivales en todo el mundo este verano, y donde los nombres en el cartel son tan volubles como el clima, es vital hablar sobre las dificultades que enfrentan los promotores. Hoy, vamos a abrir el telón y a conocer las luces y sombras que atraviesan este fascinante universo.

Las cancelaciones: un verano de pérdidas y frustraciones

Imagina por un momento que pasas meses planificando cada detalle, desde los artistas que deseas hasta el lugar ideal para que todo fluya como un buen riff de guitarra. Ahora, imagina que, a solo unos días del evento, todo se desmorona. Este ha sido el doloroso destino de festivales como Long Division, Shindig y El Dorado, que se han visto obligados a cancelar sus ediciones por cuestiones financieras, problemas de permisos o, simple y llanamente, por la dura competencia del sector.

Yo mismo he sentido este dolor: una vez, un pequeño evento que organice sobre arte y música en una plaza del barrio fue cancelado por cuestiones burocráticas a tan solo una semana de la fecha. Es como el equivalente a desear un helado en un día de calor y descubrir que no hay más. Frustrante, ¿verdad?

La guerra de los cachés: una batalla financiera

Hablemos de dinero, ese tema siempre neurálgico. Cuando se trata de armar un cartel, hay que tener en cuenta las exigencias económicas de los artistas. Según los directores del Tomavistas, el problema radica en que hay más demanda que oferta. Esto significa que los precios de los cachés están en una constante escalada, haciendo que quienes organizan los festivales tengan que hacer verdaderos malabares financieros.

Personalmente, puedo dar fe de que intentar negociar con alguien que podría pedir una fortuna para subir al escenario es como intentar pelear contra un rayo: casi siempre acabarás electrocutado. Dani Herbera, director del Cranc Illa, añade que muchas veces hay que ajustar los cachés a la mitad de lo que un artista pide; se siente como estar en un juego de póker donde solo tienes fichas de papel, mientras el otro tiene un as bajo la manga.

Localizaciones: un mar de complicaciones

La elección del lugar donde realizar un festival es otro aspecto crítico. Piensa en un festival en las Islas Baleares, como el Cranc Illa, donde la insularidad complica todo. ¿Quieres llevar un equipo de sonido de calidad? Prepárate para desembolsar grandes sumas para trasladarlo. A veces, parece que el lugar ideal también viene con un precio. En grandes ciudades como Madrid, no solo se trata de encontrar el espacio adecuado, sino de que los vecinos no se quejen.

Y como anécdota personal, recuerdo un festival en el que estuve donde los organizadores no solo tuvieron que lidiar con permisos, sino que además tenían que coordinar el montaje sin despertar a los vecinos. ¿Te imaginas hacer acústica a las seis de la mañana en plena ciudad? La mezcla de sonidos desafinados y quejas vecinales era casi un espectáculo por sí mismo.

La logística: una carrera contra el tiempo

Y cuando crees que has pasado todos los obstáculos, llega el siguiente: la logística del evento. Según Mario Carnago, director del Holika, muchas veces los proveedores llegan el día mismo del festival. ¡Sorpresa! ¿Qué se siente recibir un camión con food trucks que aún huelen a su último evento en lugar de a festival?

Para un organizador, es como hacer un rompecabezas donde las piezas siempre llegan al azar y sin instrucciones. Imagínate esperando que lleguen tus artistas y, de repente, te informan que uno de ellos todavía está en otro festival. La verdad, esto provoca una mezcla de risas nerviosas y sudor frío.

Problemas de alojamiento: un dilema sin solución

El alojamiento es otro tema candente. Los festivales no solo tienen que preocuparse por los artistas, sino también por todos los asistentes. Con la “locura de los precios dinámicos” y la avaricia del sector turístico, las habitaciones de hotel se convierten en un verdadero juego de estrategia. Te lo digo yo, que he pasado noches tratando de encontrar un lugar donde dormir lo que iba a gastar en entradas para ver a mis bandas favoritas.

El Canela Party ha visto un aumento notable en el costo de hospitalidad, una carga pesada que muchos festivales tienen que llevar. Y no es que la solución sea acampar: también hay que lidiar con la disponibilidad y la calidad de los espacios de acampada, lo que puede ser todo un desafío en temporada alta.

Burocracia: el monstruo de las mil cabezas

Si crees que la burocracia es solo otro dolor de cabeza, déjame reiterarlo: es un monstruo de mil cabezas. La lentitud de la Administración es un punto común en muchas conversaciones. Al depender de las ayudas públicas, algunos organizadores tienen que hacer cálculos a ciegas. ¿Te imaginas planificar un evento bajo la suposición de que recibirás una subvención después de que ya haya pasado el festival? Eso es jugar al escondite con un león.

El Cranc Illa, nuevamente, es un buen ejemplo. Para ellos, la comunicación con las administraciones locales ha sido como un juego de adivinanzas, donde las respuestas, o favorablemente, llegan justo antes de que abran las puertas.

La cultura de los festivales: un valor colectivo

Pero a pesar de todas las dificultades, ¿por qué siguen existiendo los festivales? La respuesta es sencilla: porque ofrecen experiencias inigualables. Estos eventos se han convertido en verdaderas mini ciudades, donde la música, la cultura, el arte y la diversión se entrelazan. Y ese cumplimiento de expectativas del público es lo que sostiene apasionadamente a los organizadores.

Aunque hay que recordar que al final del día, todos somos fanáticos de la música. Aparte de mis carreras como organizador, siempre encuentro tiempo para asistir a unos cuantos festivales durante el año, y no hay nada como estar rodeado de gente que vibra con el mismo ritmo. Ese es, sin duda, un sentimiento que lo equilibra todo.

La mirada al futuro: qué nos espera

Con todas estas dificultades, uno podría preguntarse: ¿vale la pena seguir luchando? La respuesta es, sin duda, afirmativa. Las nuevas tecnologías están surgiendo como aliados en el mundo de la organización de festivales. Desde plataformas digitales que facilitan la gestión de entradas hasta aplicaciones que mejoran la logística y dan resistencias a los problemas de alojamiento, el futuro parece esperanzador.

Incluso en momentos de incertidumbre, el sector está en constante evolución. Se están proponiendo revisiones a las normas que regulan la organización de festivales para adaptarse a la realidad actual. Así, aquellos promotores que todavía estén en el juego tienen motivos para seguir luchando.

En conclusión, los festivales son mucho más que música: son conexiones humanas, son experiencias inolvidables y refugios de creatividad en un mundo casi siempre complicado. Y aunque hay desafíos enormes, la pasión, el sudor y las risas de esos que se han adentrado en el maravilloso mundo de la música son, al final, el verdadero motor que alimenta este sector. Así que la próxima vez que asistas a un festival, recuerda apreciar esos pequeños conflictos que hacen posible esa gran experiencia que llevas esperando desde hace meses. ¿Un brindis por ello?

Al fin y al cabo, como muy bien decía una frase que me gusta recordar, “organizar un festival es como bailar en una cuerda floja: un paso en falso y todo puede derrumbarse, pero la sensación de estar sobre la cuerda bien vale el riesgo”.